sábado, 7 de febrero de 2015

La clase abierta

Hubo un tiempo en que realicé clases abiertas para los padres, podían venir un día, sentarse en un rincón de la clase y durante una actividad (generalmente cuarenta minutos) podían ver como funcionábamos, como explicábamos o introducíamos el tema, cuáles eran las respuestas de los niños, qué material teníamos y cómo lo utilizábamos etc.

El problema generalmente no eran los niños, a ellos le explicaba que en ese momento los papás eran invisibles, que les íbamos a enseñar lo que hacíamos y como nos portábamos en clase, para que ellos entendieran mejor nuestro trabajo.

Los niños lo entendían, lo difícil era acallar los comentarios que hacían los padres entre ellos, que entendieran, sin ofenderse, que no podían hablar para no interrumpir el funcionamiento de la clase. Era un poco difícil, pero aun así era positivo.


Al terminar la exposición, los niños marchaban con una compañera y yo me quedaba con los familiares para comentar la experiencia, ampliarles la explicación, etc. Esto ya sé que no es fácil que hay compañeros que no pueden dar clase siendo observados, pero la realidad era que esa experiencia era positiva. Para mí no representaba un problema, cuando estoy con los alumnos sólo me importan ellos. Con estas clases sólo pretendía que entendieran un poco mejor el trabajo de la escuela, que colaboraran y que valoraran el trabajo conjunto que realizábamos maestros y alumnos.

En mis charlas con los padres, una de las cosas que les comentaba, era la importancia que tiene que hablen con ellos, que no les llenen de regalos, cuando sean mayores lo que realmente van a recordar es el tiempo que han dedicado a jugar con ellos, a contarles cuentos, a recogerlos de la escuela, siempre que eso sea posible, si cuando les necesitaban estaban ahí.